Capítulo 9

Liberar la pelota

De la política y el deporte

 

En la memoria de todo lo que tiene memoria, de las piedras que atisban desde la cima de las montañas y las que duermen su quietud en el fondo del río, en la corteza de los árboles, en cada raíz, en cada hoja que se mece lentamente en el viento, en las garras de los animales que escarban y las patas de los que trepan, y las colas de los que se arrastran, y los ojos de los que ven en la oscuridad, y las narices de los que saben a muchos metros que aguarda delante, en todo lo que vuela, repta, salta, canta, gorjea, chilla, aúlla, en la memoria de todo lo que tiene memoria estará siempre grabado el juego del año de la luna grande, cuando por primera vez en el campo de liberar la pelota* participó un equipo donde sus integrantes no eran todos de la misma especie.

 

Tras la hazaña hay un puercoespín, el director del equipo, Valencio le llamaban, y no sabemos si fue sólo coincidencia o si su nombre le inspiraba a ser valiente. Poco importa. Lo cierto es que desde algún rincón apareció la idea, y la idea encontró en Valencio quien la llevara a cabo. Cuenta la leyenda que pasó días revisando las normas, para ver si además de soñar su equipo ideal tendría que solicitar se modificaran las reglas del juego, pero en el reglamento de liberar la pelota sólo dice que “se enfrentan dos equipos de animales”, y eso es todo, en ninguna parte (y esto tuvo que argumentarlo Valencio en los primeros partidos) dice que esos animales deban ser de la misma especie. Cuenta el cuento que entonces, luego de revisar, vieron a un puercoespín, antigua estrella del deporte, recorrer los caminos del bosque buscando su equipo.

 

 

Y una mañana, inscrito en el torneo del bosque, apareció entre los debutantes un equipo nuevo, sin hinchada en la tribuna, que se presentaba sólo como Hojas sueltas, y cuando Hojas sueltas salió al campo no eran cinco lobos, ni cinco zorros, ni cinco tejones, ni cinco nutrias. Era una zarigüeya, y un zorrillo, y un topo, y una comadreja. Hasta ahí la sorpresa de las especies, pero la quinta integrante era un tarso, diminuta, de ojos enormes y orejas muy grandes, casi tan grande como la pelota. ¿Cómo iba a jugar tan frágil, tan chiquita? Tal vez nadie lo hubiese permitido, pero a cargo del nuevo equipo estaba Valencio, el puercoespín, figura mítica, héroe en el campeonato del año de las crecientes. Los árbitros permitieron, luego de revisar las reglas, que Hojas sueltas jugara. Y Hojas sueltas jugó, y perdió. Sería la primera de muchas derrotas. Sería también el comienzo de una historia que lo cambió todo.

 

De los ocho partidos de liberar la pelota que Hojas sueltas jugó en su primer torneo no ganó ninguno. Sería más preciso decir que de los ocho partidos que jugó los perdió todos. Pero en cada derrota, las tribunas se iban llenando de hinchas espontáneos, curiosos que asistían a alentar en el fracaso como si fuera una victoria, que celebraban cada jugada buena del equipo, que coreaban los nombres de los animales participantes. Había algo en el esfuerzo por trasladar la pelota a través de los obstáculos, en las soluciones que daban a cada nuevo desafío planteado por el equipo contrario. Una emoción al ver trabajar juntos a animales tan diferentes. Ahora, cuando los equipos mixtos son la norma, imaginar lo que debió haber sido ese equipo pionero es difícil. Ahora nos sorprendería que todos los miembros fueran idénticos, que conocieran sus capacidades mutuas porque son las propias. Ahora entendemos a liberar la pelota como un juego sobre la relación entre animales distintos, y por eso Hojas sueltas puede parecernos uno más entre tantos. Pero en el principio fueron ellos, perdiendo cada partido, quienes cambiaron el juego para siempre.

 

 

Y por eso van a recordarlo todas las hojas, todas las piedras, todos los animales que corren, se agitan, vuelan, nadan, reptan. Por eso van a recordarlo en cada rama, cueva, nievo, túnel, guarida, pradera y campo de juego. Una vez un puercoespín soñó un equipo de animales múltiples y jugaron a liberar la pelota y perdieron, pero crearon algo más. Porque cuando los veían jugar, cuando los veían llevar la pelota a través de los laberintos, lo que estaban viendo desde las tribunas era una representación del bosque. Del bosque con todo lo que lo habita, del bosque con sus retos, con sus laberintos.

 

El año siguiente fueron tres de los ocho equipos los que presentaron jugadores mixtos. En poco tiempo la excepción se convirtió en tendencia y el juego, ya aclamado por los animales, se convirtió en furor colectivo. Cada vez más equipos seguían la estela de Hojas sueltas, que para la época se había disuelto y sus integrantes pasado a nuevas formaciones (incluso la pequeña tarso encontró donde jugar). La renovada popularidad hizo que el torneo recibiera ya no ocho equipos sino dieciséis, y siguió creciendo hasta los treinta y dos que juegan actualmente. Valencio no ha vuelto a dirigir ninguna de las formaciones. Su retiro, desde las tribunas, es la presencia de una leyenda contemplando, en paz, los resultados de su obra. ¿Soñaba acaso las consecuencias de su acción? ¿Podía imaginar como cambiaría todo luego de esa serie de derrotas?

 

 

No lo sabremos nunca con certeza, pero una vez alguien le preguntó de dónde había salido la idea de un equipo mixto, del primer equipo mixto. “El juego”, dijo, “es reflejo de la vida, y algo debe enseñarnos sobre ella. Al menos a trabajar en equipo. Son tristes los equipos, en la vida, donde todos se parecen a todos”. A la solución de ese misterio se sumó otra pregunta. Cómo había elegido quiénes harían parte del equipo, cuál fue su criterio para elegir a los jugadores. Respondió riendo. “Les pregunté si querían jugar, eso fue todo. Quien quisiera estaba dentro, no importaba nada más”, dijo, “puede no haber sido la decisión técnica más prudente, pero resultó ser la más sabia. El juego, como la vida, es para todos los que estamos dentro”.

 

* Nota del traductor: Liberar la pelota es el deporte del bosque. Hay otros deportes, por supuesto, juegos y competencias de habilidad física y mental. En el agua, por las ramas, bajo tierra. Sin embargo, ninguno es tan completo ni despierta tal emoción entre los animales como liberar la pelota. Se trata de un juego en equipos, generalmente de cinco animales, que deben transportar una pelota del tamaño de una sandía a través de un campo de juegos cubierto de obstáculos. La pelota puede desplazarse a través de lanzamientos, ya sea a ras de suelo o por el aire. A lo largo del recorrido, sin embargo, hay ciertos tramos específicos donde debe hacerlo de una u otra manera. Los campeonatos de liberar la pelota son anuales, todo equipo que desee inscribirse puede inscribirse. Al final de cada partido uno de los dos equipos enfrentados acumula puntos por ganar, mientras que el otro no lo hace, una vez terminado el torneo se declara ganador o ganadores a los equipos que hayan alcanzado un mayor puntaje.