Capítulo 4

Alí y el universo extraordinario

De la política y el cómic

 

En la última viñeta, Alí, con la cola prendida al marco del dibujo y como a punto de caerse de la página, decía mirando de frente al lector “A veces me parece que la verdadera historieta está pasando ahí afuera”, y no fue uno solo, ni dos, ni siquiera diez, sino muchos más los que levantaron la mirada para inspeccionar a su alrededor los detalles que les rodeaban esperando descubrir la mirada del Apático Rocoso oculta entre los árboles y al Maravilloso Alí dispuesto a hacerle frente a sus maldades. También ellos, pensaba cada uno en su momento, podrían unirse a Alí para derrotar al villano, para hacerle frente a esas estrategias descabelladas con las que buscaba convertir el bosque en un lugar de silencio tenso y odio murmurante, convertir el equilibrio vital en un desbalance donde sólo él y sus secuaces acumulaban todo dejando poco para el resto.

 

El número cien de la historieta era especial por muchos motivos. No sólo se había impreso en un papel más grueso, de mejor calidad, sino que la historia era distinta. Los lectores habían ya recorrido junto a Alí las aventuras para liberar la pradera de las margaritas cuando el Apático la había cercado para poder cobrar la entrada a los paseantes; ya habían palpitado de terror en la entrega en donde Alí era encerrado en una jaula y arrojado al río, sólo para suspirar aliviados al descubrir que podía modificar su cola mágica para convertirla en llave y salir ileso de la aventura; ya habían, incluso, ilusionado sus corazones con la posibilidad de romance en ese episodio especial donde Alí busca el regalo perfecto para declarar su amor, y todavía muchos se preguntaban al final quién sería el destinatario de la piedra de río (“Llena de historias porque mucho ha rodado”) que el héroe eligió al final como presente. Los lectores de Alí habían ya vivido junto a él largas aventuras, y ésta, la número cien, fue esperada con murmullos y acogida con entusiasmo, que sin menguar se convirtió en extrañeza con el pasar de las páginas.

 

 

Sólo los lectores más fieles, los que podían preciarse de tener o conocer a alguien que tenía los primeros ejemplares, parecían estar preparados para la sorpresa. Después de todo, Alí y el universo extraordinario no era una historieta común y corriente, como las otras que aparecían publicadas en las páginas de ocio de los periódicos. Ya desde los comienzos anunciaba su carácter, en la frase insignia de Traveler Topo, cuando al salir de escena gritaba al viento “¡Siempre cambiante, siempre nuevo, siempre buscando mejores caminos!”. De ahí entonces, porque estaban seguros de que el dibujante hablaba en todos sus personajes, que los cambios sucesivos en el trazo, en la temática, en las aventuras fueran marca de la casa. Las historias de Alí no podían, no debían reducirse a las aventuras de enfrentamiento a través de sus súper poderes con quienes amenazaran el bosque. Eran también misterio, y romance, y alguna vez, incluso, hubo un número famoso porque a lo largo de sus páginas se dedicaba a explicar una receta, importantísima para, decía Alí en uno de los recuadros, “devolver las fuerzas, recordar el cariño, y crear el futuro”.

 

En ese despliegue de múltiples temas, ¿por qué habría de extrañar que en ésta, en la número cien, el último cuadro mostrara a Alí casi derrotado, volando expulsado del recuadro donde estaba dibujado, con la cola prensil agarrada al margen, y hablándole directamente, por primera vez, a los lectores? “A veces me parece que la verdadera historieta está pasando ahí afuera”. ¿Qué quería decir?, ¿a qué se refería? Afuera estaba el bosque, y en el bosque estaban ellos, los lectores, con la historieta entre las manos, mirando ahora, desconcertados, a su alrededor. ¿Y cómo seguía la historieta?, ¿por qué terminaba justo ahí, antes del final? Las preguntas parecían derramarse de la página y a nadie bajo los árboles le empaparon tanto como a Cecilio.

 

Era de los pocos que tenían la colección completa de Alí y el universo extraordinario y era el único que estaba dispuesto a dejar que cualquiera la leyera. No temía como los demás el desgaste de las hojas, ni la pérdida de algún ejemplar. En parte porque los había memorizado ya todos, en parte porque era el miembro más joven del club de lectura que se reunía en la casa del búho, y desde que las estanterías de éste estaban vacías comprendió algo importante. Podríamos decir, con poco miedo a equivocarnos, que Cecilio era el mayor seguidor de las aventuras de Alí. En parte porque siempre disfrutó leyendo historietas.

En parte porque el hecho de que Alí fuera, como él, una zarigüeya, y que se murmurara que el dibujante también lo era, le proporcionaba un íntimo motivo de orgullo, valioso especialmente pues era, también, el socio fundador y casi único miembro de Orgullo Marsupial, un club sin reuniones y sin eventos.

 

 

De ahí que una de sus escenas favoritas, en la historieta, era esa donde el Apático Rocoso, para desprestigiar a su oponente, le gritaba al encontrarlo “¡No eres más que un sucio marsupial!” y Alí, sin inmutarse, había respondido “Equivocado estás: soy un sucio marsupial orgulloso”. Cecilio recuerda leer la escena y salir corriendo entre las ramas con una euforia rayada en la locura, gritando de tanto en tanto, de la nada, “soy un marsupial orgulloso”. Pasada la emoción decidió que debía hacer algo, y al regresar a casa escribió una carta, tejió una insignia, y envió a la dirección de la editorial el paquete donde se presentaba, y explicaba que como socio fundador a partir de ese día nombraba a Alí miembro honorario de Orgullo Marsupial. Nunca recibió respuesta, pero en la historieta siguiente observó, emocionadísimo, que al disfraz de Alí se había sumado, discreta pero clara, la insignia del club. Si antes ya era su historieta favorita, desde entonces la sintió más suya que nunca.

 

Y ahora, en el número cien, Alí parecía estar enviando un mensaje directo. “A veces me parece que la verdadera historieta está pasando ahí afuera”. No era la primera vez que lo pensaba, ya antes había sentido que era mucho más que una historieta. El Apático Rocoso no era alguien en específico, sí, pero el bosque no estaba libre de injusticias a las que nadie parecía prestar demasiada atención. Cecilio pensaba, en ocasiones, que quizás sobreinterpretaba el contenido al encontrar relaciones entre, por ejemplo, el cierre de la pradera de margaritas en la historieta y el peaje del túnel de los topos en la realidad, o esa vez en que Alí insistió en repartir personalmente las manzanas que iban a pudrirse guardadas y que coincidió con la gran crisis de las cosechas, ¿había allí otra cosa más que una historia de mentiras?, ¿era posible que estos dibujos, emocionantes, fueran más que dibujos? Cualquiera habría dicho que no, que era sólo una historieta, diversión para niños. Pero Alí usaba la insignia de Orgullo Marsupial. Pero Alí había dicho lo que Cecilio había pensado antes. Pero Alí, ahora, parecía salirse de la historieta y miraba de frente a Cecilio en busca de su complicidad.

 

Pocas mañanas después de la publicación del número cien de Alí y el universo extraordinario el bosque amaneció lleno de carteles. Algunos tenían fragmentos de la historieta, frases, citas, dibujos amateurs de Alí o de Traveler Topo diciendo sus parlamentos. “La tierra de quien la cava, la pisa, la contempla. La tierra de todos”, “Nadie está por encima de nadie, ni porque vuele, ni porque el otro excave”, “¡Siempre cambiante, siempre nuevo, siempre buscando mejores caminos!”, “¡Soy un marsupial orgulloso!”. Otros llevaban un mensaje claro: “Apático Rocoso: No al aumento en el peaje del túnel de los topos”.

 

La primera viñeta del número ciento uno de Alí y el universo extraordinario mostraba a nuestro héroe amarrado, capturado por el Apático Rocoso en una mazmorra desde cuya ventana se contemplaba el bosque. El monólogo de victoria del villano se ve interrumpido por un ruido.

 

A través de la ventana, entre los árboles, se adivinan miles de animales que se acercan, marchando, para liberar al héroe. “No es posible”, murmura el Apático, “¡pero si no son más que un cochino bosque!”. “Equivocado estás: somos un cochino bosque orgulloso”, le responde Alí, mirando al lector.